Para ese tiempo, Rusia acababa de perder la guerra con Japón. Un nuevo fermento social comenzaba a infiltrarse en el imperio zarista. El Papa León XIII había promulgado su Encíclica "Rerum Novarum" que exponía la inquietud social de la Iglesia. El Padre Jorge colaboró en los comienzos del movimiento católico que buscaba mejorar la condición social de los trabajadores. También fue muy activo entre los estudiantes y sus compañeros sacerdotes.
En 1907 fue llamado para la cátedra de Sociología, que acababa de ser establecida en la Academia de San Petersburgo. Más tarde enseñó Teología Dogmática y fue nombrado vice-rector de la Academia. Se distinguió como profesor, predicador, director espiritual y confesor. Pero aún anhelaba algo más. Su corazón sacerdotal se extendía hasta las vastas estepas de Rusia donde quería salvar la vida religiosa y desde donde quería cruzar el puente entre Oriente y Occidente. A menudo pensaba con nostalgia en su parroquia natal en Mariampole y en los Marianos que allí habían servido. En 1908, había sólo un último Mariano (el Padre Vicente Sekowski) viviendo en el Monasterio de Mariampole.
El Padre Jorge no dejaba de pensar en la idea de una comunidad religiosa moderna. Consultó, entonces, al Padre Vicente sobre la posibilidad de darle nueva vida a la Orden de los Marianos. En 1909, luego de orar, reflexionar y consultar, viajó a Roma con cartas de recomendación y con la autorización para hablar en nombre de los Marianos. Pío X le dio su aprobación personal, lo animó a llevar a cabo la tarea, y le dio la bendición. Se le permitió hacer la profesión religiosa sin el requisito del noviciado. Profesó, entonces, en la capilla privada del Obispo Auxiliar de Varsovia con el Padre Vicente como testigo.
Fueron redactadas unas nuevas Constituciones marianas, adaptadas a las necesidades de la época. El hábito blanco de los Marianos fue suprimido. Los votos solemnes fueron cambiados por los votos simples. Todos estos cambios fueron aprobados por el Papa Pío X el 15 de septiembre de 1910.
Mientras tanto, aún en la Academia de San Petersburgo, el Padre Jorge formó, secretamente, el noviciado mariano con tres novicios bajo su dirección y supervisión. El Padre Vicente murió el 10 de abril de 1911. Este naciente núcleo de marianos eligió al Padre Jorge como Superior. Para que esta Comunidad mariana pudiera funcionar y crecer en libertad, el Padre Jorge renunció a todas sus obligaciones en la Academia y trasladó a los marianos a Suiza.
En 1913, el Padre Jorge estableció la primera Casa mariana en Chicago. En 1915 fundó una Casa religiosa mariana y un noviciado en Bielany, un suburbio de Varsovia, Polonia. En la primavera de 1918 reabrió el Monasterio Mariano en Mariampole, Lituania, con un noviciado propio.
Además de ser el responsable de la renovación de la Orden Mariana, revisó las Constituciones de varias comunidades religiosas. En Lituania, fundó la congregación de las Hermanas de la Inmaculada Concepción, y, en Bielorrusia, las Hermanas Siervas de Jesús en la Eucaristía.
Nota:
Se recomienda que esta oración, recitada por una intención particular, vaya acompañada por la confesión y la Santa comunión.
Cualquier información sobre una curación u otras gracias recibidas de Dios por la intercesión del Beato Jorge, o bien los pedidos de biografías y oraciones o cualquier otra correspondencia, envíese a la siguiente dirección:
Vice Postulador de las Causas de Canonización de los Marianos
Marianos de la Inmaculada Concepción
Eden Hill
Stockbridge, MA 01262
(1º Parte: San Petersburgo 1910-1911)
Mi lema sea: buscar a Dios en todas las cosas, hacer todo para la mayor gloria de Dios, llevar el Espíritu de Dios a todas las cosas y llenarlas con Él. Dios y su Gloria sean el centro de mi vida, el eje alrededor del cual giren todos mis pensamientos, mis sentimientos, mis deseos y mis acciones.
Beso la mano de Tu providencia, me entrego enteramente a tus planes. Oh Padre Celestial, haz de mí lo que quieras. Te agrada conducirme por maravillosos caminos, Señor. ¡He aquí tu siervo! ¡Envíame donde quieras! Me lanzo como un niño en tus brazos, llévame. Si quieres guiarme por los caminos de las fatigas, sufrimientos y opresiones, yo te lo agradezco mucho. Creo que andando por este camino no me perderé fácilmente, porque éste es el camino por el cual anduvo mi Redentor Jesucristo. Concédeme, oh Señor, que renunciando más y más a mí mismo, pueda amarte a Ti más y más. Dame fuerza y coraje a fin de que por la exaltación de tu nombre y por la expansión de tu Iglesia, yo no me deje doblar por ningún impedimento y no me deje abatir nunca por las dificultades que puedan surgir; sino que esté lleno de tu Espíritu y pueda llevarlo a todas partes.
Es nuestro deber ir donde podamos ganar más para Dios, donde podamos salvar más almas, es decir, a aquellos lugares donde abunden el ateísmo, la tibieza, la inmoralidad y la apostasía. Necesitamos penetrar dondequiera que algo pueda ser ganado para Cristo y la Iglesia. Si una puerta se cierra, abramos otra, de manera que pueda entrar la luz.
¡Oh, amadísima Iglesia Santa de Dios, verdadero Reino de Cristo en la tierra! ¡Si me olvido de ti que se me paralice la mano derecha, que se me pegue la lengua al paladar si no te recuerdo, si no te estimo, mi amadísima Madre, más que a todas mis alegrías! ¡Que esta exclamación sea el grito incesante de mi corazón! Si puedo pedírtelo, concédeme Señor que en Tu Iglesia yo sea como un simple trapo que, cuando se gasta, es lanzado a algún lugar en un rincón oscuro. Que yo sea usado y gastado de la misma forma, con tal que un pequeño rincón de Tu Iglesia quede limpio, con tal de que Tu Casa esté un poco más ordenada e iluminada. Concédeme que yo sea despreciado, usado y gastado si así Tu Gloria crece y se propaga, si así yo puedo colaborar al crecimiento de Tu Iglesia. Concédeme que yo sea capaz de trabajar y sufrir por Ti, Tu Santa Iglesia y su Cabeza visible, el Santo Padre.
Concédenos, oh Señor, la gracia de vernos dominados por este pensamiento: soportar las cargas, pruebas y tribulaciones de la Iglesia; no esperar nada de este mundo; no buscar ni esperar ninguna ganancia personal; sino que nuestra vida se consagre a Dios y a la Iglesia y se consuma en las cargas y tribulaciones de la misma, sin temer a los obstáculos creados por el mundo y sus poderes, y no se transforme en una vida necia sino en una vida que nos lleve valientemente a la acción y a la pelea por la Iglesia dondequiera que urja la mayor necesidad, o sea, donde la autoridad civil persiga a la Iglesia, donde la vida religiosa, las sociedades y las instituciones eclesiales se vean obstaculizadas.
Que temamos sólo una cosa: morir sin haber sufrido o trabajado duramente o ganado algo para la Iglesia, la salvación de las almas y la mayor Gloria de Dios. Que nuestros pensamientos y deseos tengan siempre esta meta: ¡Llevar a Cristo y a Su Espíritu a todas partes y en todas las cosas, y glorificar por doquier el nombre de la Iglesia!
Te agradezco, oh Señor, por haberme concedido estos extraordinarios sentimientos hacia la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María. ¡Cuán dulce es caer a sus pies y sumergirme en la oración! Impregnada por los más dulces sentimientos, mi alma desvanece, y mi cuerpo es inundado por un temblor maravilloso, incomprensible, inexpresable. Es como el sentimiento que tengo cuando aprieto Tu Santa Cruz contra mi corazón.