El don de la oración

La invitación a evangelizar es antes que nada una invitación a rezar. Es una invitación a ir más allá de tus propias necesidades en oración, dar voz a las necesidades de otras personas, especialmente las espirituales. Recuerda que nuestra meta como creyentes es elevarnos unos a otros a los brazos de Jesús, nuestro destino final y lo que más necesitamos.

La forma más simple para iniciarse en el don de la oración de evangelización es pedir la gracia de ver a la otra persona de la misma forma en que Dios la ve. Piensa en alguien que tenga una necesidad inmediata. Descríbele su situación a Jesús, y pregúntale qué puede ser lo que necesita esa persona: un nuevo trabajo, una cirugía exitosa o la reparación de relaciones familiares dañadas. Luego, permite que estas necesidades actúen como una puerta hacia una oración aún más intensa, que cubra las necesidades más espirituales y profundas de la persona. Y reza así a menudo, pidiéndole a Cristo que atienda la necesidad más grande de esa persona: Una relación viva con Dios como su Padre celestial.

Cuando rezamos de esta forma, nos unimos a Jesús, el gran Sumo Sacerdote que está delante del trono de Dios (Hebreos 4, 14-16). También nos abrimos a los carismas y dones que Dios quiere darnos para que ayudemos a esa persona.

Por ejemplo, cuando a Juan, el hermano de María, le diagnosticaron cáncer en etapa cuatro, ella comenzó a rezar ofreciéndole a Jesús todos los tratamientos médicos a los que él debía someterse, y también le entregó a Dios sus propios temores. Luego le pidió al Señor que le mostrara cuáles eran las necesidades más profundas de Juan. Esto fue difícil, especialmente porque a María y su hermano hablaban solo unas pocas veces al año, cuando mucho. "¿Qué puedo hacer, Señor?", rezaba. Luego sintió que Dios le decía: "¿Por qué no actúas como hermana suya y lo llamas?" Así que ella se comprometió a llamar a Juan cada domingo. La compasión y la sanación de Dios los impactaron a ambos durante los tres años que pasaron entre el diagnóstico y el momento de la muerte de Juan.

Visualiza la presencia de Dios. Una forma de iniciar una oración de evangelización es meditar mirando la fotografía de una persona o cerrando los ojos y haciéndose una imagen mental de Jesús que se le acerca. Observa el cariño que Jesús le demuestra e imagina que se abrazan. Describe su necesidad y pon atención a lo que Jesús quiera decir. Reza de esta forma, y no dejes de darle gracias a Jesús por las formas grandes y pequeñas en que él ya está actuando en la vida de esa persona.

Otra manera de rezar es imaginar que esta persona está en su casa y que Jesús llama a la puerta, que no tiene manija por fuera. ¿Está cerrada la puerta y cuesta abrirla porque está oxidada? ¿Es demasiado pesada? ¿Abrirá esta persona la puerta? Luego imagina que algo sorprendente sucede. De pronto, el estado en que se encuentra la puerta ya no importa, pues mientras tú rezas, Jesús la atraviesa y abraza a esta persona con su amor tan grande que le concede la confianza y la inspiración para aceptar a Jesús y la gracia de su salvación.

¿Por quién rezamos? La Escritura utiliza la palabra griega oikos, que significa "hogar", para describir a las personas con quienes uno interactúa regularmente: la familia, los amigos, compañeros de trabajo y los vecinos. Estas son las personas por las que debemos orar en primer lugar, las personas que ya son, o esperamos que pronto sean, nuestros hermanos en Cristo. Esto fue lo que Jesús hizo cuando rezó por la suegra de Pedro y por sus apóstoles en la Última Cena.

Así que busca en tu grupo de amigos, familiares, compañeros de trabajo y conocidos a personas que tengan necesidad de sentir la presencia de Dios y escuchar su palabra. Escoge a algunas personas por las cuales vas a rezar de forma regular y decide orar por sus necesidades físicas y también espirituales. Presta particular atención a cualquier persona que no asiste a la iglesia o que tiene una relación esporádica o interrumpida con Dios. Luego presta atención a las ocasiones en que Dios te invite a compartir tu fe con los demás.

También, ten el corazón abierto a lo inesperado. Aquellas personas que más obviamente parecen necesitar un cambio espiritual, no siempre son las que están preparadas para aceptarlo. A menudo son aquellos que están experimentando las situaciones de cambio más grandes en sus creencias: la muerte de un ser querido, un nuevo trabajo, un divorcio, un matrimonio, una enfermedad grave o dificultades financieras. Estas circunstancias pueden convertirse en "citas divinas", momentos en los que el amor de Dios está presente de un modo especial. Pídele guía a Dios para reconocer y responder a estas necesidades.

Juan utiliza otra estrategia. Él comienza su oración diaria pidiendo: "Señor Jesús, te pido que en este día envíes a alguien con quien yo pueda compartir tu amor y tu palabra. Ayúdame a reconocer las oportunidades que me has dado." Él ha aprendido que su actitud de oración y preparación es vital para ayudar a las personas a acercarse más a Dios. Aun cuando todo lo que haga sea identificar a una persona que necesita oración y rezar por él o ella, Juan tiene la confianza de que ha contribuido a mejorar la vida de esa persona.

La santa compasión de Jesús. El segundo paso en la evangelización involucra la forma en que te interesas por las personas por las que estás rezando. Es el paso más común que puedes dar para conectarlos con Jesús. Implica hacer amistad con quienes atraviesan una necesidad, estando verdaderamente presente para ellos, animándolos, sirviéndoles con la disposición de compartir con ellos y realizar actos de misericordia y justicia que son el tejido de la vida diaria. Es en este campo de las relaciones afectivas que podemos ser testigos más claros de la presencia amorosa de Dios.

La llamada para imitar la santa compasión de Dios es fundamental para cuidar en el nombre de Jesús a quienes sufren. El Señor desea que su propio amor se convierta en la fuerza que impulse nuestra acción. Cristo mismo, así como sus discípulos, nos muestra cómo hacerlo. Con muchos de los santos sucede igual, pues fueron más allá del interés superficial y se convirtieron en instrumentos eficaces y radiantes del amor de Dios.

Piensa en las muchas veces en que Jesús dejó de hacer lo que estaba haciendo porque la urgente necesidad de alguien conmovía su corazón y apelaba a su compasión, como la viuda de Naín, cuyo único hijo y medio de sustento había muerto (Lucas 7, 11-17); la mujer con hemorragia incurable (Lucas 8, 43-48) y Nicodemo, que acudió a él con dudas y preguntas (Juan 3, 1-21). Esta es la forma en que Dios quiere que veamos las necesidades de aquellos que son parte de nuestra vida, especialmente nuestros familiares, que necesitan un tipo especial de cuidado.

Recuerda que su santa compasión no consiste principalmente en lo que tú des o hagas, sino en la persona que tú eres en Cristo. Solamente una relación continua y fundamental con Dios puede convertir tus actos de solidaridad en actos de santa compasión. Estos actos de santidad son como un faro, que atraen a las personas que te conocen y que necesitan escuchar la buena noticia de Dios.

Un signo de la presencia de Dios. Cualquiera sea la forma que tome esta clase de santa compasión en el nombre de Jesús en tu vida, recuerda que tú serás un instrumento en manos de Dios, y así puedes convertirte en un signo de su presencia constante, su amistad y su perdón.

La combinación de tu fe y tu acción compasiva puede convertirse en un testimonio poderoso en muchos niveles. Ese testimonio, y la relación que tengas con la persona necesitada, es lo que constituye la base para los siguientes dos pasos que forman parte de la evangelización: compartir tu fe en Cristo con esa persona e invitarla a tu comunidad de fe. Las amistades que surjan como resultado de tus obras de bondad y del amor con que trates a las personas pueden construir un puente de confianza que les ayude a estar más abiertos y dispuestos a escuchar tu testimonio de cómo Jesús ha transformado tu vida.


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Y todo lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo (Juan 14,13).
El valor de la familia va más allá de momentos de alegría y de apoyo en los momentos difíciles, ya que es en el núcleo familiar donde se cultivan los valores y se crean vínculos afectivos de respeto, lealtad y cariño.

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