En 1858, María, la Inmaculada Concepción, se apareció a una pobre niña de 14 años, Bernadette Soubirous, en Lourdes, Francia.
Un frío día de febrero, Bernadette fue a recoger leña con su hermana y un vecino cerca del río Gave. Los dos compañeros de Bernadette cruzaron el agua delante de ella. Mientras Bernadette se quitaba las medias para cruzar, escucho un fuerte viento. Curiosamente, nada se balanceaba excepto las ramas alrededor de una gruta cercana llamada Massabielle.
De repente, una nube dorada envolvió la gruta. Allí, rodeada de una suave luz, apareció la mujer más hermosa que Bernadette había visto jamás. La mujer vestía una bata blanca y llevaba una faja azul. Tenía un Rosario colgado del brazo y rosas amarillas a sus pies. Bernadette se frotó los ojos con incredulidad. Llena de miedo, sacó el rosario y se puso a rezar.
La paz la envolvió mientras observaba a la hermosa mujer siguiendo su propio rosario. Después del Rosario, la misteriosa mujer sonrió y de repente desapareció.
Bernadette contó a sus compañeros lo que había visto. Cuando la madre de ella escuchó la historia, pensó que su hija estaba contando cuentos.
El domingo siguiente, Bernadette regresó a la gruta llena de esperanza y volvió a ver a la bella mujer. Aunque los compañeros de Bernadette no pudieron ver nada por sí mismos, quedaron asombrados por el cambio de apariencia de Bernadette durante cada aparición. Bernadette miraba fijamente, paralizada en éxtasis, al visitante celestial, inconsciente del mundo que la rodeaba.
Finalmente, durante la tercera aparición, la mujer habló con Bernadette y le pidió que viniera a la gruta durante los próximos 15 días seguidos.
Bernadette hizo lo que le indicaron y pronto se corrió la voz sobre estos extraños sucesos. Cientos y eventualmente miles de personas acompañaron a Bernadette cuando regresaba a la gruta todos los días para conversar con esta misteriosa mujer.
A lo largo de estas apariciones, la mujer imploró a Bernadette que hiciera penitencia y orara por la conversión de los pecadores.
Durante un encuentro, la mujer le pidió a Bernadette que bebiera agua de una fuente cercana. Bernadette, al no ver ningún manantial, fue a beber al río. Pero la mujer le ordenó que cavara en el suelo de la gruta. Después de que Bernadette cavó un rato, surgió un pequeño manantial.
En su decimosexto encuentro, la mujer le reveló su identidad a Bernadette y le dijo: “Yo soy la Inmaculada Concepción”. Bernadette no sabía lo que esto significaba en ese momento. El dogma de la Inmaculada Concepción había sido definido sólo cuatro años antes por el Papa Beato Pío IX.
En 1862, el Papa Beato Pío IX autorizó la veneración de la Santísima Virgen María en Lourdes. Hoy en día, más de 3 millones de peregrinos visitan Lourdes cada año para bañarse en las aguas curativas que fluyen del manantial que descubrió Bernadette, y miles manifiestan de curaciones milagrosas.